domingo, 25 de abril de 2010

Relato de la niña que decía vivir en su mundo ideal y del caminante que había olvidado caminar


El camino era largo, los tiempos negros y la garganta seca se había olvidado de crear palabras.
Había pasado por una docena de posadas desde que partió acia el norte, el sur, el este, el oeste y al sin rumbo, a los caminos diversos de miradas distantes.
La tez del caminante que camina sin saber andar relucía un semblante osco, apagado, mermado por la soledad de quien no encuentra compañero de charla, titere de compasiones.

En el duro camino los recuerdos de tiempos mejores afloraban como las rosas en primavera... el pajarillo que antes cantaba y ahora parecia imaginar cantando.

Esta es la historia de la niña que decia vivir en su mundo ideal...

Había caminado durante tres largos dias con el estomago practicamente vacio cuando encontro aquella posada maltrecha, propiedad de una familia humilde de corazon adinerado.

Con el poco dinero producto de un bolsillo escaso y la suerte de quien siempre parece tener el bolsillo roto, se adentro en la pequeña casita.
El olor a cocido abundaba el pequeño salón decorado por una artesanal humedad y puntedo por unas pocas personas de avazada edad que sujetaban un cuenco en la mano.

El posadero era un hombre de semblante bonachón, mofletes más que sonrrojados y cabello negro como el mocasín nuevo que antaño creió haber tenido.

Le enseñó las pocas monedas que tenía mas por necesidad desesperada que por recibir algo a cambio de aquel desproposito.
El posadero tan solo se limitó a dedicarle una agradecida sonrisa y a llamar a su mujer, la cual lo acompañó hasta una pequeña habitación más que lujosa para un hombre que no entiende de lujos.

Dejó el poco equipaje a la vera de una cama de madera y colchón de plumas desgastado y agradeció encarecidamente poder disfrutar de unas horas de plácido sueño entre cuatro paredes.

No supo calcular el tiempo que había pasado cuando despertó producto de unos pequeños golpecitos contra la puerta frágil de madera.

Al abrirla se encontró con una niña de unos ocho años, flaca, de pelo lácio castaño y de no más de un metro de altura. Su sonrisa contagiaba a la persona más triste y sus brillantes ojos color avellana transmitian la felicidad de una cría sin maldad que solo se limita a vivir en su mundo de cuentos fantásticos.

La pequeña me contó que se llamaba Lucía y me preguntó si podía entrar y contarme una seríe de normas que todo cliente debía conocer cuando se hospedaba en su posada, como ella solía calificarla ya que era la hija de los dos amables posaderos.

Me contó que en esa habitación se había alojado una mujer que decía venir de las estrellas, la cual le había prometido a la niña traerle un trocito de ella cuando volviera a pasar por su posada.

Me contó también que sus padres la habían comprado a una pareja mayor que decían tener miedo por las noches por la aparición de unas hadas que se dedicaban a bailar en el pequeño salon principal al són de un arpa tocada por una duende.

Tras dos oras largas y un sin fín de historias irreales sobre viajes de la pequeña a mundos imaginarios y amistad con un sin fin de seres extraídos de cuentos infantiles, tan solo pude esbozar una sonrisa y asentir como si me creyera todas y cada una de las palabras de la cría.

Posiblemente muchos viajeros que habían pasado por allí no se habían esforzado a tratarla, a prestarle un mínimo de escucha. Simplemente la niña pretendía llamar la atención, ser correspondida de alguna forma que la iciera sentir importante.
Había susituido la ausencia de amigos por personajes imaginarios, por mundos irreales que la hacían vivir una vida paralela donde se sentía feliz.

Retomaría su viaje recordando siempre a aquella niña, aquellos relatos que por unos momentos consiguieron transportarlo al mundo ideal que andaba buscando.
Hata aquel momento no se había dado cuenta el sentido que tenía caminar sin rumbo, ser un viajero trotacaminos sin destino cierto.
En aquella posada, en aquellas palabras cargadas de inocencia había encontrado un sentido a su camino, un destino que había tenido un principio y en el cual debía encontrar su final, aquel lugar donde las palabras de aquella pequeña personita se convirtieran en verdad, donde aquel caminante encontrará la felicidad.

Salió de aquella posada dejando su único equipaje en aquella habitación. Se prometió que algún día volvería, pero cuando llegara ese momento, su mochila, rebosaría esta vez cargada de ilusiones.

2 comentarios:

Frost dijo...

Siempre hay y habrá buenas personas que nos ayuden cuando nos encontremos débiles, perdidos o sin ánimos de continuar, y, por mucho que escaseen, nos las encontraremos cuando menos nos lo esperemos.

Aquí nos has demostrado que eso sigue siendo cierto, y por muy jovenes o inocentes que sean esas personas, puede llegar a expresar grandes cosas, cosas que por ejemplo nos hagan sentir mejor, cosas que en definitiva tengan razón.

Un placer leerte compañero

Frost

Zara dijo...

Bonitas historias. Por cierto, yo prefiero creer que lo que aquella niña contaba era real.
Besos