sábado, 21 de noviembre de 2009

3 - Parte - Una de historias mágicas - Final


Mis dedos acariciaron la suave madera mientras mi mente, en una continua asociación de ideas, intentaba recobrar el sentido de la realidad.

Bastaron unos minutos para volver a situar todas las cosas en su sitio, para caer en la cuenta de que lo que estaba sucediendo solo podía ser producto de la imaginación.

Cuando pise la fria piedra por primera vez creí cercionarme de que aquello no podía ser un sueño. Sentía el aire pegado a la píel, cada bocanada me aseguraba que aquello era real y mi instinto parecía recordarme que estaba más despierto que nunca.

La habitación parecía mas grande que en tiempos pasados.... ¿más grande?.

En aquel momento la puerta de la habitación crujió y se abrió de forma repentina dejando paso al corretear de un niño, de no mas de ocho años, que fue a parar de un salto sobre la primera cama de las tres que había, al mismo tiempo que tarareaba una canción.

Conocía perfectamente a aquel chabal, al igual que conocía a la mujer y el hombre que entraron a continuacion del niño.

Yo y mis padres, me dije para mis adentros. Bonita estampa de años pasados.
Observando durante unos minutos aquel altercado temporal, caí en la cuenta de que yo podía verlos, ellos a mi no.

La escena ya escrita en los manuales del tiempo se repodrudujo durante unos minutos más.
Todo eran recuerdos, todo era fantasía, alegría, un milagro del tiempo.

Mis padres y yo de 1995 salieron por la puerta de la habitación y volví a encontrarme solo.

En aquel momento me dí cuenta de que había tenido el libro rojo sobre las rodillas durante todo el rato, abierto por la primera página. Lo cerré.

La misma luz volvió a invadir cada rincón de mis huesos, de mi piel, de el aire que respiraba, tan real como las cuatro letras que forman la palabra.

Volvía a pisar la piedra fria, la biblioteca, impetuosa, había regresado a invadir mis ojos.

Podía entender donde me encontraba, una biblioteca del pensamiento donde guardar todos los recuerdos, la vida vivida, los estantes vacios que aún quedaban por rellenar. El paso del tiempo que sobre esas paredes harían grietas, que sobre esos libros desteñiran las páginas, los capitulos.

Lo siguiente que recuerdo fué bajar por la escalera de humo azul y salir por la puerta que daba a mi cuarto. Desperté.

Posteriormente fue escribir y lo que vino después de eso lo llamé acabar, retocrcer el papel de mil maneras y tirarlo a una papelera.

La biblioteca del pensamiento no necesitaba ser escrita sobre un papel efímero. Los libros no se moverían de allí mientras mi mente hiciera el trabajo de recordar. Las hojas se conservarían en buen estado hasta que el tiempo decidiera que capitulos tenia que quemar.
El marca páginas se movería con una simple acción, un simple movimiento figurado.

El simple hecho de recordar, de buscar en la biblioteca mágica, aquello que queremos recordar.

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